La imparable economía colaborativa
Miles de plataformas electrónicas de intercambio de productos y servicios se expanden a toda velocidad en un abierto desafío a las empresas tradicionales
Compartir en vez de poseer. La economía colaborativa o consumo
colaborativo quiere cambiar el mundo. Plantea una revolución abrazada a
las nuevas tecnologías. El Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT)
le calcula un potencial de 110.000 millones de dólares (82.000 millones
de euros). Hoy ronda los 26.000 millones. Y quienes participan a título
personal en este sistema basado en intercambiar y compartir bienes y
servicios a través de plataformas electrónicas se embolsan, según la
revista Forbes, más de 3.500 millones de dólares (2.580 millones de euros).
De hecho, la Red está llena de ejemplos que cuentan ese éxito. Sabrina
Hernández, una estudiante de la Universidad de San Francisco, cobra 40
dólares (30 euros) la noche, a través del sitio DogVacay,
por cuidar perros en su casa. Al mes, dice, gana 1.200 dólares.
Mientras que Dylan Rogers, un vendedor de coches de Chicago, recauda
1.000 dólares mensuales alquilando su BMW Serie 6 usado en RelayRides.
Dos voces entre millones que revelan el calado del cambio. Tanto que
esta era de la economía compartida “crea nuevas formas de emprender y
también un nuevo concepto de la propiedad”, sostiene Thomas Friedman,
columnista del periódico The New York Times.
Ahí, quizá, reside la verdadera revolución. Desde la noche de los
tiempos, el sentido de posesión ha sido inherente al ser humano; sin
embargo, algo empieza a cambiar. “Hemos pasado de un mundo en el que
sobra de todo a otro en la que la mayoría no puede disfrutar de lo que
este siglo ofrece a menos que sea compartiéndolo”, apunta el inversor en
nuevos negocios Rodolfo Carpentier. “Quien no puede tener se conforma
con probar. Esto es lo que hace a este movimiento imparable”.
LOS EJEMPLOS
- Intercambio de ropa: ThredUP.
- Coches compartidos: Zipcar, SideCar, Lyft, Bluemove, Getaround, Uber.
- Préstamos económicos:LendingClub.
- Alojamiento de viajeros:Hipmunk, Airbnb.
- Trueque de comida:Compartoplato, Shareyourmeal.
- ‘Crowdfunding’: KickStarter, Verkami.
¿Aunque es solo eso, una respuesta a la frustración? Carlos Blanco, un
conocido emprendedor español, cree que esta forma diferente de consumir
es “una consecuencia de la digitalización, pero también una réplica
frente a los abusos en los precios, el mal servicio y la pésima
regulación”. Es un caballo de Troya dentro de un sistema que fomenta que
en el planeta haya objetos valorados en 533.000 millones de dólares que
no se utilizan.
A partir de ese intruso se entiende que esta propuesta es algo más que
sofisticados algoritmos que casan oferta y demanda. Para algunos, el
consumo colaborativo es una respuesta a la inequidad y la ineficiencia
del mundo. Lo cuentan los números. El 40% de los alimentos del planeta
se desperdicia; los coches particulares pasan el 95% de su tiempo
parados; en Estados Unidos hay 80 millones de taladradoras cuyos dueños
solo las usan 13 minutos de media, y un motorista inglés malgasta 2.549
horas de su vida circulando por las calles en busca de aparcamiento.
¿Podemos consentir ese desperdicio? ¿Hacen falta tantos coches?
¿Necesitamos esas taladradoras o perder ese tiempo? Al fondo, la Tierra
alcanzará 9.000 millones de habitantes en 2050. Y habrá que
alimentarlos, en un tiempo donde el paro será una pandemia. Hay algo de
apocalíptico si juntamos todas estas ideas, pero también de hartazgo.
“El capitalismo sin control ha dejado a mucha gente desilusionada.
Personas que buscan nuevos caminos que den sentido a sus vidas”,
reflexiona Jan Thij Bakker, cofundador de Shareyourmeal,
una plataforma holandesa dedicada a compartir comida que empezó siendo
un grupo de WhatsApp y que cerrará el año con 100.000 miembros.
Porque este nuevo consumo tiene mucho de maltusiano. Se multiplica a tal
velocidad que ya hay 5.000 empresas compitiendo con las tradicionales. Y
en todas las actividades. Intercambio de ropa (ThredUP), coches
compartidos (Zipcar, SideCar, Lyft, Bluemove, Getaround), préstamos
económicos (LendingClub), alojamiento de viajeros (Hipmunk), trueque de
comida (Compartoplato), crowdfunding (KickStarter, Verkami).
Consciente de que, una vez abierta la caja de Pandora, las repercusiones
son profundas, la Unión Europea redactó en enero pasado un dictamen de
iniciativa para entender estos vientos. “El consumo colaborativo
representa la complementación ventajosa desde el punto de vista
innovador, económico y ecológico de la economía de la producción por la
economía del consumo. Además supone una solución a la crisis económica y
financiera en la medida que posibilita el intercambio en casos de
necesidad”. ¿Demasiadas expectativas?
El consumo colaborativo tiene su lado oscuro: aplicaciones como Uber o Airbnb lo han revelado
Puede, aunque en la sociedad española el mensaje arraiga. La firma de
estudios de mercado Nielsen dice que el 53% de los españoles estarían
dispuesto a compartir o alquilar bienes en un contexto de consumo
colaborativo. Ese porcentaje es nueve puntos superior a la media europea
(44%). Aunque en países donde la recesión ha sido profunda, como
Portugal (60%) o Grecia (61%), las ratios son más altas. “La crisis
económica ha conducido a un cambio de mentalidad de los ciudadanos en su
manera de relacionarse social y económicamente”, analiza Gustavo Núñez,
director general de Nielsen Iberia.
Sin embargo, este consumo también tiene un lado oscuro. Aplicaciones
como Uber o Airbnb lo han revelado. La primera conecta pasajeros con
conductores; la segunda busca y comparte alojamiento. Ambas están bajo
vigilancia. Uber es un gigante. En solo cuatro años de existencia ya
vale 18.000 millones de dólares y opera en 132 países. Y su éxito ha
chocado de frente en Europa contra el mundo del taxi, que le acusa de
competencia desleal. El coloso se defiende. “No somos enemigos de los
taxistas ni del sector. Las protestas [vividas la semana pasada en varias capitales europeas] son excesivas y lo único que pretenden es mantener la industria en un estado inmovilista”, argumenta un portavoz de la firma.
Tampoco se ha librado de los problemas Airbnb. Un sitio de alojamientos
para particulares que surgió en 2007 y que ya ha encontrado cama a 10
millones de personas. Desde hace un par de meses, la Fiscalía de Nueva
York investiga el impacto de estos alquileres a corto plazo, porque
podrían restringir la oferta de inmuebles y volverlos menos asequibles
en las grandes ciudades. Además, en la Gran Manzana, alquilar un
apartamento completo por menos de 30 días es ilegal. Complicada
convivencia. “Queremos trabajar con todas las partes implicadas en una
regulación justa que permita a las personas alquilar de forma ocasional
la casa en la que viven”, apuntan en Airbnb, y se refugian en los
números. España es el tercer mercado más importante del mundo para la
compañía, con más de 57.000 propiedades. ¿Impactarán estas cifras en su
entorno? “No creo que desestabilice el sector inmobiliario, aunque puede
frenar la construcción de viviendas”, observa Luis Corral, consejero
delegado de Foro Consultores.
En el fondo estos modelos de éxito digitales tienen el problema de
chocar contra el statu quo económico. Ya sea la industria del motor, los
operadores turísticos o el mundo financiero, donde, por cierto,
aparecen propuestas de desintermediación que amenazan la cuenta de
resultados de los bancos, como la española Kantox, que propone el
intercambio de divisas entre empresas. “Pero poco pueden hacer, la
tecnología es imparable. El sector financiero será asediado como lo han
sido los medios de comunicación o la música”, advierte el business angel
Luis Martín Cabiedes.
De cualquier forma, compartir, prestar, alquilar son verbos que se expanden con una fuerza nunca vista por la economía mundial. Surgen miles de plataformas electrónicas que los emplean. Y aunque queda tarea pendiente —regular ciertas aplicaciones, para evitar que engorden la economía sumergida, y mejorar los derechos de los consumidores—, el éxito de esta forma de consumir revela una sociedad que quiere cambiar la manera en que vive. Buenos augurios en unos días en los que es difícil extraer poemas de las noticias.
De cualquier forma, compartir, prestar, alquilar son verbos que se expanden con una fuerza nunca vista por la economía mundial. Surgen miles de plataformas electrónicas que los emplean. Y aunque queda tarea pendiente —regular ciertas aplicaciones, para evitar que engorden la economía sumergida, y mejorar los derechos de los consumidores—, el éxito de esta forma de consumir revela una sociedad que quiere cambiar la manera en que vive. Buenos augurios en unos días en los que es difícil extraer poemas de las noticias.
Visto en: http://economia.elpais.com/
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